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Panamá y su máscara

Se terminaron las vagaciones y regreso a darle vida al blog. En mi última clase de la universidad se nos pidió hacer un ensayo con un tema libre, pero que se relacionara con el oficio del arquitecto y el contexto en el cual trabaja. Lo he titulado «Panamá y su máscara», mil y tantas palabras sobre ese disfraz urbano que todos conocemos. Será la primera vez que publico algo directamente relacionado con mi trabajo académico. Sin más preambulos y recien salido del horno:

Panamá y su máscara

Panamá es una ciudad con muchas caras. O bien, una ciudad con cara y cuerpo completo. Llena de contrastes y sorpresas más cerca de lo que podríamos imaginar. Resulta que, fuera de cualquier casualidad, existe una zona de la ciudad conocida por todos sus habitantes y extranjeros. En los últimos años Panamá se ha vendido al mundo con una imagen comprendida entre los sofocados edificios de Punta Pacífica y las zonas de Bella Vista y La Exposición, a veces también mostrando lo que se considere digno de San Felipe o Amador. Ésta es la conocida cara de nuestra ciudad, que en realidad prefiero llamar máscara. De ahí para atrás, quien no tenga frente marino, está condenado a quedar en el olvido. En ese contexto, Panamá es como una niña de cara “bonita”, entre comillas, y cuerpo deforme, donde esta máscara no es más que el maquillaje que usamos para cubrir nuestros defectos. Así aparentamos ser algo que no somos y perdemos toda identidad que podríamos llegar a tener.

Basta ver cualquier video promocional de la Autoridad del Turismo de Panamá (ATP) sobre la ciudad para darse cuenta de esto. Imágenes aéreas desde el mar, o de turistas sobrevolando la bahía es lo primero que veremos. Inmediatamente nos transportan al interior de algún banco a tiempo para cerrar un importante trato, o al casino en el hotel más lujoso donde nos divertimos con juegos de azar. ¿Qué sucede con esa transición de lo lejano desde el avión al interior de algún edificio? Recuerdo haber visto hace años un episodio de la famosa serie de televisión “Los Simpson”, en el cual Homero Simpson se miraba a sí mismo de lejos en el espejo y le gustaba mucho lo que veía, pero al acercarse más y más al espejo se daba cuenta de su desaliño y extrañas proporciones. Panamá es como Homero Simpson mirándose al espejo. Vivimos en una ciudad que se ve “bien”, otra vez entre comillas, de lejos. Se pinta como un lugar donde puedes hacer negocios durante el día y bailar o apostar por las noches. Un paraíso frente al mar lleno de modernos rascacielos listos para cautivar al ojo o a la mente más ingenua. Pero ¿qué sucede con el resto de la ciudad?

Proyectos de carácter público como la Torre Financiera, el nuevo Centro de Convenciones, las tres fases de la Cinta Costera, y otros más polémicos aún como los rellenos propuestos para la zona de Amador y del Casco Antiguo solo respaldan el argumento del amor incondicional hacia esta máscara que cada vez se le intenta agregar un nuevo color y adorno. Los dos últimos ejemplos mencionados son prueba de la negación y el desinterés público hacia el interior de nuestra ciudad. Nos vamos hacia afuera rellenando y tomando posesión de elementos que no nos corresponden e inventamos proyectos donde ya no queda espacio, cuando hay tantos problemas por resolver en lugares ya existentes. Así es como van saliendo ideas y comunidades que se mueven en la periferia de la ciudad por el simple miedo de aceptar nuestra verdadera condición, y se crean otros tipos de máscaras menores tal como Costa del Este y otras más. En otras palabras, se van generando fachadas de la ciudad, ya que finalmente es en lo que más se hace énfasis: una apariencia carente de cualquier significación. Imaginen un proyecto arquitectónico que solo es trabajado en fachada, sin tomar en cuenta la distribución espacial que se ve en planta o la emoción que debe ser transmitida con una sección. Tal vez por eso carecemos de una correcta organización y son pocas las apasionantes secuencias de espacios dentro de la ciudad.

A medida que aparecen estas fachadas de ciudad estamos descomponiendo o fragmentando la misma, en vez de unificar e integrarla. Debemos recordar que al hacer un proyecto arquitectónico, por más mínimo que sea, estamos insertando un elemento que debe encajar de la mejor forma posible en su contexto. Así como al armar un rompecabezas todo debe ir en la posición correcta para poder terminarlo y ver realmente la integración de todas las piezas. Al hacer arquitectura estamos haciendo ciudad y tanto arquitecto, como figura pública, promotor y ciudadano deben ser conscientes de ello. Entonces debemos preguntarnos: ¿nuestra famosa máscara se integra o tiene algo que ver con el resto de la ciudad?

Y no es solo un tema de integración. Esta máscara llena de maquillaje urbano nos lleva a un problema de identidad que puede ser discutido de forma muy amplia. Se busca aparentar una sociedad que va creciendo social y económicamente junto con una supuesta imagen de contemporaneidad. Cuando en realidad al mirar nuestra máscara solo se hacen notar edificios que siguen el llamado estilo internacional, hechos por arquitectos dioses o de revista y que podrían estar en cualquier parte del mundo. Ahora, debemos preguntarnos qué hacer ante esta realidad. ¿Cómo corregir esa máscara que ya forma parte de nuestra ciudad? Aunque no nos guste, debemos aceptar esta realidad y trabajar con ella. No podemos ignorarla como se ha hecho hasta el día de hoy desde afuera hacia adentro de la máscara y viceversa, pues eso solo contribuirá a la fragmentación de la ciudad. Debemos pensar globalmente, pero actuar de forma local. Al fin y al cabo nuestra arquitectura debe reflejar nuestra identidad, cultura, historia, y clima.

El cambio empieza por nosotros mismos y por eso debemos ser conscientes de los problemas para exigir que se haga lo correcto. El peor enemigo es la indiferencia. Hay que combatir con buenas intenciones y si el pueblo pide buena arquitectura, tendrá buena arquitectura; por consiguiente, la ciudad será mejor y la calidad de vida de todos sus ciudadanos también. Como decía el arquitecto Rogelio Salmona: “… la ciudad era el sueño del hombre para crear su lugar para vivir, el lugar por excelencia y donde la utopía es posible.» El primer paso para el cambio es ser consciente y generar una postura ante el problema. Ya conoces mi juicio, ¿cuál es el tuyo?

José A. De Gracia
Septiembre de 2011

¿Caja de Ahorros?

Todo el que frencuente la Ave. España casi a la altura de Ave. Brasil debe conocer una de las torres próximas a ser terminadas en la Ciudad de Panamá. Seguro algún tranque los debe haber retenido lo suficiente para fijarse. Se trata de la nueva Casa Matríz de la Caja de Ahorros.

Foto de VIP.

¿Por dónde empezar? No sé qué me llama más la atención: si las variadas proporciones de las ventanas, la ausencia de una protección climática o todo el adorno en columnas y cubiertas. Ni hablar del remate en la parte superior de la torre: una representación en concreto de una pirámide escalonada. El pobre Imhotep se ha de retorcer en su tumba.


Eso no es todo. Aún no se ha finalizado y ya es visible su obsolescencia. Sobre todo en varias fachadas chorreadas y sucias. ¿Cómo será dentro de una década? Al parecer les tomó por sorpresa el hecho de que en Panamá llueve 9 meses al año.

¿Olvidé mencionar el módulo de estacionamientos en su parte posterior? Sobran las palabras.

El edificio no le hace justicia a la ciudad ni al lindo árbol de la segunda foto. Pero al menos puedo decir a su favor: parece que en esta caja sí se ahorró. Por ahora.

Un pórtico urbano

 
Desde hace siglos atrás se usan los pórticos en el mundo para indicar accesos a edificios o espacios. Los antiguos egipcios y griegos lo hicieron, y por supuesto, Panamá no es la excepción. La única diferencia es que se usan elementos más naturales y se les da una doble utilidad.

Cables semejantes a telarañas se «tensan» entre columnas para recordarnos que aún vivimos en un ambiente salvaje, caótico y desordenado.

Y claro, si los elementos no estuviesen dispuestos de esa manera, ¿quién sabría que ahí se encuentran las escaleras para accesar a los estacionamientos del lugar?

Al menos sabemos que cumple su función:

¡A jugar el limbo!

 
Pareciera que de alguna manera se le saca provecho a los desperfectos de una ciudad tercermundista. Tácitamente, el poste nos invita a recordar nuestra niñez cuando algunos nos divertíamos con aquél juego llamado ‘limbo‘.

La foto fue tomada con un celular, después de casi ser ahorcado por no estar advertido. Y cuidado, cada vez que pasas, la dificultad aumenta :).